¿Qué sintieron cuando escucharon por primera vez a una banda que cambió su vida por completo? ¿Llegaron a verlos en vivo y su cuerpo fue invadido por escalofríos que hasta el momento no se pueden explicar? ¿Ha cambiado el tiempo y su música sigue igual, pero ustedes ya valieron verga?
Algo así he vivido a lo largo de los años con Eufemia y no hubo mejor lugar que el Pasagüero para recordarme lo cabrones que son… Ahí les va.


Blanco Nejo, rock para ponerle atención
Pero antes de recetarte la historia que aquella noche me llevó a replantear mi vida, tengo que recomendarte la música de Blanco Nejo, el proyecto de Quique San que me sorprendió por su energía en vivo.
Ellos fueron los encargados de abrir el concierto y aunque muy poquita gente los conocía, nos dejaron a todos bien emocionados, les regalamos nuestros aplausos, les brindamos varios gritos de emoción sinceros.
Lo suyo es el rock n roll con influencias del punk, del garage, del blues y hasta del country. Tienen un poco de todo, pero ejecutan con un estilo que hace falta en estos lares, con una energía que pocos tienen en vivo.
A sus integrantes ya los viste en otros proyectos como Televisión Kamikaze o Finde y, claro, en el mismísimo Eufemia, así que son garantía.
























Una noche de Forasteros, Lobos y Frío con Eufemia en el Pasagüero
Cuando conocí a Eufemia era un chamaco nalgas miadas que se creía la verga por fumar, tomar, jamás entrar a clases y tener su propio grupito de amigos cool que se la pasaban escuchando rock en la rampa del CCH Azcapotzalco.
Algo en su música alimentaba mis ganas de ser un canalla. Tal vez eran sus duros riffs o sus letras bien vale madres. Yo también quise cambiar mi plan, ser un forastero, vivir en una caja, liderar mi jauría. Chale, qué buenas épocas, pero siguo sin saber qué chingados nos pasó.
Nueve años después de aquellas tardes con cerveza en vasos de unicel me volví a reunir con la banda, pero en la intimidad del Pasagüero (los vi antes en algunos festivales, pero no es lo mismo, no está tan chido). Aquel hoyo funky ubicado en pleno corazón del Centro Histórico me puso en mi lugar, me dio mis cachetadas guajolotera de ‘aquí y ahora’.













Mientras yo estoy en una puta oficina valiendo verga de lunes a viernes (y uno que otro fin de semana), ellos siguen montados en las tarimas de los escenarios. Mientras yo intento ser feliz con diferentes trucos que me saco de la manga para no pensar en suicidarme, ellos siguen cantando los éxitos que hace tantos años los pusieron en la cima del rock mexicano independiente.
Eso es lo que hace creíble a una banda, es lo que vuelve héroes a los músicos. Pregonar lo mismo durante tanto tiempo, con las mismas ganas y sin que la culera existencia te mueva los ideales a base de patadas en los huevos, es digno de admirarse.
Por eso disfruté verlos tocar ‘Salto Mortal’, ‘Mr. Frederick’, ‘Cambiaste mi plan’, ‘Reina Hipócrita’, ‘Descompuestos’, ‘Saika Shiori’, ‘Forastero’, ‘Revolver’, ‘Somos Carga Eléctrica’, ‘1.2’, ‘Caja’, entre muchas, muchas otras rolas. Hasta un cover de Franz Ferdinand se aventaron. Quién fuera ellos, tan valientes, tan grandes, tan libres, tan rompe madres, no importa cuánto pase, en esencia son los mismos.
































