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Comunión Con El Diablo: el cliché de horror español de siempre

Inspirándose en una leyenda urbana, Comunión con el Diablo tiene de todo, desde muñecas malditas hasta demonios, y terror adolescente.

AJ Navarro

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Inspirándose en una leyenda urbana, Comunión con el Diablo tiene de todo, desde muñecas malditas hasta demonios, y terror adolescente. Foto: Zima Entertainment.
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Hay veces que las cintas de terror explotan hasta el cansancio las fórmulas, los giros y el folclor de sus respectivos países. Comunión con el Diablo no es la excepción a la regla, pues su realizador usa lo más recurrente y básico del horror gringo para traerlo trae al territorio ibérico con resultados mixtos que alcanzan meramente la barrera de lo palomero.

El horror español antes de la Comunión con el Diablo

El terror ha dado interesantes pasos en España. Con antecedentes desde el cine mudo, pasando por algunos relatos posteriores a la Guerra Civil Española y la llegada del sonido, es hasta Enrique López Eguiluz con La Marca del Hombre Lobo que da su primer paso sólido con el “Fanterror”, mismo entregaría cintas dignas de culto como La Residencia (1969) , ¿Quién Puede Matar a un Niño? (1976) así como la aplaudida serie antológica Historias Para No Dormir, creadas por Narciso “Chicho” Ibáñez.

¡Cuidado, M3GAN y Anabelle, que ahí viene otra chamaca malvada en Comunión con el Diablo. Foto: Zima Entertainment.
¡Cuidado, M3GAN y Anabelle, que ahí viene otra chamaca malvada en Comunión con el Diablo. Foto: Zima Entertainment.

Pero es en los 90s donde el horror español tomó una nueva cara con relatos y autores que lograron conquistar al público. Desde Álex de la Iglesia con su antinavideña El Día de la Bestia (1995) hasta Alejandro Amenábar con su impactante thriller Tésis (1996), el género en este país ibérico tomaría una fuerza que contagiaría a nuevos autores como Jaume Balagueró y Paco Plaza (la saga de REC), J.A. Bayona (El Orfanato, 2007) o Carlota Pereda (Cerdita, 2022), entre otros, que siguen vigentes. 

Entre esa camada de artistas existen algunos contagiados por las influencias de Hollywood, aquellas que han sentado las bases y clichés desde mucho tiempo atrás y que son explotadas mediante leyendas o creencias de un país que por décadas sintió la opresión de un Estado bastante mocho. Esa mezcla de factores es notoria en Comunión con el Diablo de Víctor García, donde se nota el fanatismo por todos los clichés del terror gringo.

¡Uy que mello!: el contexto detrás de Comunión con el Diablo

A finales de la década de los 80s, en un pueblo cerca de Terragona, Sara (Carla Campra) llega con su familia sin sentirse cómoda. Junto a su mejor amiga, Rebe (Aina Quiñones) viven una noche de fiesta muy al estilo del despertar juvenil de esta época donde el alcohol y las drogas no faltan. Sin embargo, al regresar a sus casas, se topan con la ilusión de una chica vestida de comunión en la carretera sin saber que este encuentro trastocará sus vidas para siempre. 

El terror adolescente explotado a finales de la década de los 80s en España es fundamental en el relato. Foto; Zima Entertainment.
El terror adolescente explotado a finales de la década de los 80s en España es fundamental en el relato. Foto: Zima Entertainment.

Una de las cosas más destacadas es la ambientación del relato inspirado en una leyenda local, donde aprovecha este lugar alejado de las grandes urbes, teniendo esos chispazos interesantes de la rebeldía social de los años postfranquistas en un lugar donde lo conservador predomina. Sin embargo, los protagonistas hacen sentir el peso de esa contracultura donde los jóvenes solo querían pasársela bien.

El factor de la música es algo muy llamativo, pues García toma temas de rock clásicos de la época como Lobo Hombre en Paris de La Unión o Mi Agüita Amarilla de Los Toreros Muertos, así como los inicios de una música techno que cimbraba los bares de mala muerte con temas de Chimo Bayo. Irónicamente las canciones resultan más efectivas para la cinta que la misma música del filme, compuesta por Marc Timón.

Sustos que no dan gusto: los problemas de la Comunión con el Diablo

Hablar del guion es ahondar en uno de los problemas más grandes del filme. A pesar de lo valioso que es retomar esta leyenda folclórica española, la explotación de casi todos los clichés del horror para llevarla a cabo resulta en una cinta llena de jump scares, espectro maldito genérico, muñeco malvado a lo James Wan, una de las principales influencias del director, y de adolescentes perseguidos de los clásicos ochenteros de Hollywood.

A pesar los problemas que eso genera, el cineasta catalán, que ha estado detrás de cintas de género en Estados Unidos como la infame Hellraiser: Revelaciones (2011), la muy olvidable Espejos Siniestros 2 (2010)  y Return to House in Haunted Hill (2007), usa las buenas y malas prácticas aprendidas del otro lado del charco para tratar de darle una identidad muy nacional a todos esos cartuchos quemados de la filmografía norteamericana, hablando de comunión no sólo en un sentido religioso sino de amistad, misma que se fortifica al enfrentarse a las fuerzas malignas.

El director Victor García da indicaciones a sus reinas  del grito durante la grabación de Comunión con el Diablo. Foto: Zima Entertainment.
El director Victor García da indicaciones a sus reinas del grito durante la grabación de Comunión con el Diablo. Foto: Zima Entertainment.

Si bien el director maneja bien ciertos detalles en la producción, como algunos efectos prácticos que se agradecen, es inevitable pensar en todos los lugares comunes en los que termina por caer. Esto no debería de ser sorpresa pues García aboga porque esta Niña de la Comunión sea el inicio de un universo de terror al más cutre estilo de la saga del Conjuro. A pesar de que intentaron darle una profundidad al mito, se vuelve como un chiste efectivo que, si se cuenta más de una vez, pierde su gracia.

Con todo eso, Comunión con el Diablo no resulta tan mala, pues ofrece un interesante contexto nostálgico que recuerda una dura etapa de transición cultural en la que, sin tantos efectos especiales ni tanta parafernalia, se aleja de proyectos mucho más serios o propositivos, logrando meramente una película entretenida donde las ‘scream queens’ corren por su vida, los fantasmas salen donde se les espera y el miedo que persiste ante ese final abierto es el de que sigan explotando una idea que no da para más. Esos sustos no dan gusto.

Comunicólogo, amante del cine, la música y todo lo que sea cultura. Forjando una carrera en el medio desde 2018 a la fecha. Colaborador en varios espacios, consciente de que un gran poder conlleva una gran responsabilidad.

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