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Pólvora Live

Delux y Don: el slam en peligro de extinción

¿Desde cuándo está prohibido en un concierto hacer el ancestral slam? Esa vida no es

Gustavo Azem Martínez

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No hay peor sensación que la de ver a gente de seguridad interrumpiendo un sano slam a ritmo del happy punk; interfiendo esa demoledora fuga de sentimientos y emociones a través del baile, del contacto físico, del dolor de un puntapié.

Todavía peor, gente, asistentes, público, raza expresando su apoyo a los gorilas del bar con aplausos, ovaciones y felicitaciones. La plena censura del espíritu rocanrolero ancestral. Lamentable.

Al tiempo que aquella escena se desarrollaba, Mod, Leo, Chocs y Nacho hacían su mejor intento por darle al público capitalino una dosis de nostalgia y punk rock.

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Hablemos primero de la excelente disposición tras los instrumentos, porque los músicos saltaron al escenario con una buenísima actitud a pesar de las circunstancias y de no ser una terraza idónea para desarrollar un concierto de pura emotiva memoria adolescente.

Aquello podríamos denominarlo como una auténtica cena-baile, con mesas por todo el lugar para escuchar a los tijuanenses, bien surtido bar, un reducido rincón para los conciertos, seguridad intolerante y un equipo audio apenas apto para rocanrolear.

Entre el caos, pudimos escuchar y corear uno de los más largos setlist de la banda fronteriza con poco más de veinte canciones. Destacó el saltote en el tiempo que hicieron hasta hace casi 20 años (2003), cuando estrenaron su debut.

Un par de cuates, sin disfraz, pero uniformados casi del mismo color, hicieron los primeros intentos de un slam a ritmo de “Cómo estás”, pero fueron completamente rechazados, insultados, reducidos a nada. Sacados a patadas.

Incluso los miembros de Don pidieron en múltiples ocasiones que se hiciera un círculo de moshpit, por ello eligieron las canciones más rápidas, brutales y devastadoras que hay en su setlist. Que dicho sea de paso, no me explico de dónde viene siempre su buen rollo ante la vida. Me saca de pedo que cada tema lleva consigo una importante lección. Maldita sea. Por qué me es normal ser infeliz.

En fin, no hubo respuesta. Es como si se les hubieras muerto el espíritu. Se extingue el moshpit.

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Siguió la noche con un popurrí de grandes éxitos, una que otra canción del nuevo disco, las románticas o las spanglish de aquel compacto en dos idiomas, “$”. Los múltiples intentos infructuosos, la cerveza, y una que otra cosa que alcanzó a colarse por la seguridad de la entrada, la puerta y las escaleras, calentaron la plaza al punto de los chingadazos.

No importó quién se resistiera, cubriera o gritara en su egoísmo que “esto es un concierto, no mamen”, igual se llevaron de calle a todos. La bolita se animó.

Lamentablemente fueron etiquetados de revoltosos como si esto fuese la dictadura priísta del siglo pasado, y a gritos, empujones o coscorrones, trataron de exiliarlos, aunque sin éxito.

Delux partió en éxtasis, se puede adivinar en sus rostros luego de una pandemia que se vislumbró interminable para el arte, la música, la pintura, el teatro, y el cine de sala tradicional.

Los “malandros”, felices, satisfechos y cotorros, emprendieron camino con las costillas moradas a cualquier lugar porque metro, metrobus o rtp bajaron sus cortinas hace más de un hora.

Pero los amargos, ellos pasaron la peor noche de su vida por no disfrutar de un concierto como es debido: sin reglas.

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Periodista musical egresado de la UNAM; ahora editor SEO, reportero y fotógrafo de esta H. revista digital, con más de siete años en el mundo de las notas, reseñas y opiniones de la industria musical. Interesado cien por cien en la búsqueda de nuevos sonidos, tendencias y datos históricos.

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