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Crítica: “Los Miserables” (Les Misérables) de Ladj Ly

Un honesto retrato de poder, sociedad y miseria.

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Hay muchas adaptaciones cinematográficas de la legendaria obra de Victor Hugo, pero “Los Miserables” de Ladj Ly no es una de ellas, aunque sí tiene temas similares. El filme, nominado al Oscar de Mejor Película Internacional, se desarrolla en los suburbios parisinos, los mismos en los que el director Ly creció y por lo tanto, conoce de manera íntima. 

“Los Miserables” inicia con un montaje de las grandes celebraciones ocurridas en 2018 después de que Francia ganara el Mundial de Fútbol. Es un mundo de alegría en donde todo el país – sin importar raza o clase – parece estar unido cantando ‘La Marsellesa’, y en medio del cual vemos a un grupo de niños también celebrando. Esto no es más que un prólogo que parece estar desconectado con el resto del filme, pero cuyo significado se vuelve clave en la trama. 

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Esos niños que celebraban en el prólogo vuelven a aparecer más tarde en la película, ahora en la pobre realidad, viviendo en un barrio peligroso dividido en facciones, y patrullado por un pequeño comando integrado por Chris (Alexis Manenti), Gwada (Djibril Zonga) y el nuevo recluta, Stéphane (Damien Bonnard), quien al igual que todos nosotros, está descubriendo este pequeño mundo de desigualdad social. 

Para el buen Stéphane, adaptarse a sus compañeros de trabajo es difícil. Chris es un policía abusivo que actúa de manera abrupta, el típico bully que utiliza el miedo para mantener todo bajo control; su compañero Gwada es callado, pero observador y siempre consiente las decisiones de Chris haga, sin importar lo radicales que sean. Este trío sale a las calles del suburbio para resolver conflictos y vigilar que nadie se pase de la raya. Las actuaciones de los tres hombres en turno son excelentes.

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Tras establecer el escenario, Ladj Ly comienza a meter más y más elementos a la narrativa, presentando personajes, y preparando los instrumentos para armar una bomba de tiempo. Lo que comienza como un día normal de sobornos y amenazas, se convierte en algo mucho más complejo cuando uno de los niños problemáticos del barrio se roba el león bebé del circo operado por un grupo de gitanos. Esto provoca una confrontación que, entre vueltas, malentendidos y malas actitudes, se descontrola totalmente: un inocente es víctima de brutalidad policiaca y todo es capturado por el dron de un niño. La tensión aumenta de golpe y el volcán socioeconómico explota. Como en ‘Les Misérables’ de Victor Hugo, los policías empeoran todo y la decisión correcta parece ser inexistente.

La historia da giros inesperados, presenta sorpresivos componentes y mantiene siempre a un sentimiento en la prominencia: el enojo. “Los Miserables” nos muestra la furia derivada de desigualdad económica y racial, haciéndote sentir tan incómodo como impotente. El ritmo es feroz y no pasa mucho tiempo antes de que los conflictos te rebasen, generando una ola de ansiedad que solo se incrementa con un final tan perfecto, como asfixiante.

“Los Miserables” es una visceral ópera prima en el que Ladj Ly da clase maestra de cómo crear tensión. Es un honesto retrato de poder, sociedad y miseria con un tercer acto explosivo en donde la desigualdad es el actor principal. Un filme furioso, imperdible y relevante.

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